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Por: Daniel Cruz | De entre las numerosas imágenes de campañas electorales que conservamos grabadas en nuestro cerebro se destacan tres:
1) cuando una jovencita agraciada, de nombre Minou Torres, le encaquetó una gorra colorada a Joaquín Balaguer (1986), quien nunca se había desasido de un sombrero tradicional;
2) el video en que pusieron a Juan Bosch a decir que no creía en Dios (1990), y
3) Luis abinader en momento en que bajaba de un helicóptero de un narco de La Vega y entraba a la residencia de este como si fuera un «habitué» en ese hogar (2019).
La imagen de un candidato presidencial que cogía «bola» de una persona que el rumor público identificaba como vinculada a negocios raros debió alertar a mucha gente, sobre todo de la clase media, que había asumido el discurso del cambio; pero lamentablemente no fue así. A quienes esa imagen dio una señal auspiciosa, y, al parecer no estaban equivocados, fue a la gente del bajo mundo. No sería una conclusión peregrina el pensar que esa imagen pudo dar aliento a la creencia de gente del bajo mundo de que en el PRM tendrían un aliado.
Se tuviera o no acierto en esa creencia, el hecho cierto es que el PRM tiene el para nada envidiable mérito de contar entre funcionarios electos y designados con 12 personas ligadas a problemas de narcotráfico, algunas de las cuales han sido condenadas en nuestro país o en Estados Unidos, lo que significa que se trata de hechos concretos, NO de versiones, suposiciones o rumores. Y aquí viene a cuento la pregunta: ¿veremos esa situación con la indiferencia del que ve llover desde una ventana, como se vio al candidato Abinader bajar del mencionado helicóptero. Ojalá que no.
El narcotráfico NO es un problema cualquiera. De eso da cuenta la experiencia que se vivió en los años 1980 y 1990 en Colombia con los célebres «extraditables» que eliminaron funcionarios (el procurador general Carlos Mauro Hoyos –1988–);
al candidato presidencial Luis Carlos Galán Sarmiento (1989); atentados en gran escala a la sociedad civil como la explosión del vuelo 203 de Avianca, en el que murieron 107 personas, y la de secuestros como el del entonces candidato a la alcaldía de Bogotá Andrés Pastrana y del periodista Francisco Santos.
Si la experiencia de Colombia está tan lejana como para pensar en ella quizás la de México, más cercana, pueda servir para que nos espabilemos y subamos la guardia. En Tijuana, Baja California; y en Colima y Manzanillo, en el Estado de Colima, el secuestro o el asesinato es cosa del día a día por causa del crimen organizado.
En este asunto tiene vigencia la expresión atribuida a Edmund Burker en el sentido de que «para que el mal prospere, solo se necesita que los hombres (y las mujeres) buenos no hagan nada». Ahora NO tenemos excusa: ya sabemos dónde están los malos y quiénes son.