Por: Osiris Mota | Agosto del 1979, un día como hoy, pero jueves 30, teníamos aviso de Ciclón. No contábamos con la tecnología de hoy, solo contactábamos su presencia, cuando su brisa impetuosa y diferente comenzaba a mecer las copas de los árboles, o nos aproximábamos al mar para contemplar el oleaje agitado de sus aguas.
El huracán David fue el cuarto ciclón tropical nombrado de la temporada de huracanes en el Atlántico de 1979. Como huracán de categoría 5 en la escala de Saffir-Simpson, el huracán David fue uno de los huracanes más mortíferos de la última mitad del siglo XX, dejando más de 2.000 víctimas fatales a su paso, mayormente en la República Dominicana. Hasta agosto de 2023, sigue siendo el único huracán en tocar tierra en la República Dominicana con una intensidad de categoría 5.
En ese entonces, yo ejercía como secretario general del C.I. Cesar Augusto Sandino, abarcando los barrios más poblados y desfavorecidos del Distrito Nacional, como Guachupita, Los Guandules, La Ciénaga, Domingos Sabios, María Auxiliadora, entre otros. En realidad, el país carecía de información precisa que permitiera comprender las condiciones y parámetros del huracán. Por ende, no se tomaron las medidas adecuadas para salvaguardar a la población.
Cuando el gobierno percibió la magnitud del suceso, desplegó la guardia en las calles para evacuar a los habitantes de las zonas vulnerables. Sin embargo, carecían de la experiencia y habilidad para persuadir a la gente de abandonar sus hogares. En nuestra área, la población no acató las indicaciones de los militares. A medida que los vientos empezaron a indicar la seriedad del peligro, nosotros decidimos unir a los miembros
de nuestra agrupación y formar brigadas para dirigirnos a La Ciénaga y Los Guandules, barrios situados a orillas del Ozama, con el propósito de convencer a los residentes de abandonar sus casas y refugiarse. Incluso habilitamos nuestro local en la Av. Francisco del Rosario Sánchez, donde acogimos a numerosos vecinos, aunque después nos llevó tres meses desalojarlos de allí para reanudar nuestras actividades políticas.
Recuerdo siempre una estampa quedo revuelta en mis recuerdos. A mi me toco bajar a la ciénaga que queda frente al local del partido. Recorría las calles empujando a las personas a salir de sus humildes viviendas, donde no querían salir protegiendo lo poco que tenían. Pero si su vida es más valiosa que corotos, vamos a salvarnos, ¡¡que pueden morir aquí!!
En el recorrido me asome a una pequeña y pobre vivienda, con el piso de tierra. Quedé impactado cuando vi en el medio de la vivienda, una mesa con el cadáver de un niño como de 10 a 12 meses con cuatro velas encendidas. La mujer me miro con sus ojos cargado de lágrimas, ya cansado de llorar, con esta pobreza solemne y abrumadora que me paralizo por unos largos segundos. Mis ojos se nublaron, y no se si la tragedia de aquellos cuatros paredes fueron las que me impulsaron a irme, o la necesidad de seguir mi labor.
Nos reunimos nuevamente en la sede del PLD y dimos la orden de que aquellos que necesitaban cuidar de sus familias se fueran, quedando un grupo reducido en el local para atender las emergencias de los vecinos que se acercaron. Desde allí, observamos cómo los vientos arreciaron con una furia de 240 km/h, arrancando los techos de las viviendas en La Ciénaga. Presenciamos cómo casas pequeñas se alzaban desde el suelo y
se desmoronaban en pedazos, mientras láminas de zinc, madera y escombros volaban por el aire.
Pensaba en la madre desafortunada, a quien nunca volví a ver, porque al día siguiente, cuando realizamos un recorrido, no quedaba rastro de la vivienda.
Fue una labor titánica, donde nuestra organización, hizo un papel espectacular en todo el país. En nuestro caso tuvimos mas de tres meses alimentando a los refugiados y ayudándolos a reparar sus viviendas. Pero fue una labor que hicieron con la comunidad, todos los peledeistas.
Para entonces el presidente Antonio Guzmán, tomo varias medidas urgentes, como decretar el toque de queda para evitar los saqueos de las viviendas y negocios. El huracán había destruido el 70% de todos los cultivos del país, dando instrucciones al secretario de agricultura, Hipólito Mejía, hacer todo lo posible por la recuperación. Se cayeron las exportaciones, así como las divisas.
Como si fuera poco, tres días después del Huracán David, nos calló encima la tormenta Federico, terminando de destruir lo que quedaba en pies, las vías de comunicaciones, el tendido eléctrico, los acueductos etc. con más agua, que los dos pesos del cuanto de Juan Bosch.