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Por: Carlos Manzano | En los últimos años ha sido más que evidente la mala práctica de convertir las tragedias provocadas por fenómenos naturales —huracanes, tormentas, terremotos, inundaciones y otros desastres atmosféricos— en escenarios para el marketing político del gobierno, partidos, funcionarios públicos y dirigentes políticos.
Ante cada tragedia, algunos funcionarios y dirigentes despliegan cámaras, volantes y discursos, tratando de convertir la tragedia humana en un espectáculo mediático destinado a promover imágenes y ambiciones partidarias.
En lugar de asumir con responsabilidad y humildad el deber de asistir a los afectados, se despliega una maquinaria publicitaria que transforma el dolor humano en un vulgar proselitismo político.
Resulta indignante observar cómo, en medio del sufrimiento colectivo, se montan escenografías políticas con el objetivo de sacar provecho comunicacional y mediático.
Mientras las comunidades luchan por recuperar lo poco que les queda, ciertos funcionarios posan ante las cámaras, buscando capitalizar el dolor ajeno para mejorar su imagen.
Este tipo de conducta es una expresión de oportunismo político que degrada la función pública e hiere la dignidad del pueblo. La ayuda a los afectados es un deber, no un favor, una obligación moral, no una estrategia electoral.
Los recursos estatales, las instituciones de socorro y la atención a los damnificados no deben ser jamás manipulados como herramientas de propaganda. La tragedia de un pueblo no debe ser el telón de fondo de una estrategia política.
El sufrimiento de las comunidades afectadas exige acción rápida, transparencia y sensibilidad humana, no cámaras, selfies, ni discursos diseñados para capitalizar políticamente el infortunio de tanta gente afectada.
Este tipo de prácticas deben ser rechazadas y condenadas por toda la sociedad. Es hora de exigir una gestión pública basada en la ética, la sensibilidad y el respeto por la vida humana. Los desastres naturales no son plataformas para hacer política, son momentos para demostrar humanidad, eficiencia y solidaridad sincera.
El pueblo no necesita propaganda en tiempos de tragedia. Necesita acción real, transparencia y un Estado que actúe sin poses ni cálculo político. Solo así se podrá reconstruir no solo lo material, sino también la confianza en las instituciones que dicen servir al bienestar común.





