Por: Roberto Rodriguez Marchena | Resulta imposible permanecer indiferente a las frecuentes declaraciones del presidente de los EE.UU., Donald Trump.
Formidable comunicador, tanto como Reagan, Clinton y Obama. Audaz y pugnaz, directo; sorprende, desconcierta a sus interlocutores y maneja con destreza la espectacularidad del relato en tiempos de redes sociales.
Es evidente que entiende y con él quienes le llevaron a la presidencia, que debe dar un golpe de timón (cambio brusco de dirección) a la situación por la que atraviesa los EE.UU.. Rápido. En muchos asuntos.
La preocupación es notoria y la urgencia también.
Estados Unidos es un país con enormes desafíos. Una parte importante de su población pasa por una situación salarial y sanitaria muy comprometida. Endeudada por consumo con tarjetas de crédito, alquiler o compra de vivienda o por estudios universitarios.
Gasto militar enorme, infraestructuras viales, puertos, aeropuertos que requieren inversión.
A muchas de sus empresas se les hace cada vez más difícil competir en un mercado global competitivo y volátil.
Un Estado con más gastos que ingresos, que resuelve emitiendo deuda e imprimiendo billetes verdes sin respaldo productivo.
Donald Trump intentará hacer lo que haga falta para conseguir lo que quiere. No importa si tiene que saltarse normas, convenciones, soberanía y un largo etcétera.
Sin duda, Trump pisará el acelerador de lo iniciado por Obama y Biden. ¿Tendrá combustible suficiente y carrocería para los encontronazos que se le presentarán dentro y fuera de EE.UU.?