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Por: Margarita Cedeño | Hemos hablado en otras ocasiones de la necesidad de volver a poner la integración regional en el centro de la agenda mundial. Luego de escuchar a varios jefes de Estado y de Gobierno en la más reciente Asamblea General de la ONU, esa convicción se reafirma, por una lectura práctica de lo que el mundo aprendió en el período de mayor prosperidad de la historia moderna, después de la Segunda Guerra Mundial, y de lo que hoy está en riesgo.
Desde 1945, la arquitectura multilateral y los procesos de integración como Bretton Woods, el GATT/WTO, la construcción europea, los acuerdos regionales en América Latina, África y Asia, se tradujeron en más comercio, inversión y transferencia de conocimiento. La globalización fue un motor decisivo para que la pobreza extrema cayera de forma sostenida durante décadas. Estimaciones del Banco Mundial muestran una reducción de alrededor de 20 puntos porcentuales entre 1950 y 1990 y, ya desde 1990, más de mil millones de personas salieron de la pobreza antes del frenazo reciente. Fue el fruto de la cooperación y la eliminación de barreras. Sin embargo, vivimos en un mundo en el que la tentación proteccionista reaparece, incluso el propio Banco Mundial advierte que la fragmentación y las restricciones comerciales están trabando el crecimiento y complicando la reducción de la pobreza.
En Nueva York, varios mandatarios recordaron que sin cooperación regional y multilateral no hay salida. El presidente Luiz Inácio Lula da Silva abrió el debate con una frase que vale como diagnóstico y advertencia, al decir que “el multilateralismo está en una encrucijada; la autoridad de esta Organización está en entredicho”. Lo vinculó con un deterioro de la democracia y con la proliferación de sanciones e intervenciones unilaterales.
También el rey Felipe VI intervino para defender con claridad el papel de las instituciones y el derecho internacional. Su discurso fue leído, con razón, como un llamado a parar la “masacre” en Gaza, exigir el cumplimiento del derecho internacional humanitario y apostar por una solución de dos Estados. Más allá de la coyuntura, el mensaje subyacente fue inequívoco, al insistir en que necesitamos reglas y foros que velen por su cumplimiento, no la ley del más fuerte. Eso es, en esencia, multilateralismo.
Debemos resaltar el mensaje del presidente Luis Abinader que aportó un ejemplo concreto de por qué la integración regional no es discurso sino necesidad. La crisis en Haití, que desborda fronteras, exige una respuesta colectiva coherente y sostenida. Pidió renovar el multilateralismo y un nuevo pacto financiero global que atienda las vulnerabilidades de los pequeños Estados insulares. Es exactamente el tipo de cooperación ordenada que nuestra región necesita para convertir la retórica en resultados.
Si miramos a África, el presidente William Ruto insistió en una idea que también interpela a América Latina, al decir que no se puede pretender gestionar la agenda de un continente sin su representación justa en los órganos de decisión. Su reclamo de reformar el Consejo de Seguridad refleja un principio básico de la integración, porque sin voz efectiva, no hay corresponsabilidad.
¿Y por qué volver a la integración regional ahora? Porque el contexto es distinto al de los años dorados, pero la receta de fondo no ha cambiado, se requiere coordinar políticas, armonizar estándares, conectar cadenas de valor, a la vez que construir confianza reduce costos, eleva productividad y ofrece resiliencia. Volvamos a las instituciones que nacieron para “crear un entorno cooperativo” propicio al desarrollo, la estabilidad social y la democracia. Hoy necesitamos una especie de “Bretton Woods 2.0” a escala regional que complemente a las instancias globales y que integre a otros actores en la toma real de decisiones.
Por supuesto, hay voces que desconfían de la integración, sea por miedo a perder autonomía o por agravio comparativo. Pero la evidencia histórica sugiere que la soberanía se fortalece cuando se ejerce con otros. En un mundo donde la geopolítica tensiona el comercio y la tecnología redefine industrias enteras, la escala importará cada vez más. Si queremos crecimiento con equidad, debemos recuperar la brújula que funcionó en el pasado: o nos integramos para prosperar o nos fragmentamos para retroceder.





