Entre la percepción y la post-verdad

Por: Claudia Rita Abreu | La palabra PERCEPCIÓN es un buen ejemplo de cómo se puede pasar de la satanización a la santificación.

En el 2013 se hablaba de la percepción de la delincuencia, y las ofensas y la indignación estaban a la orden del día, se usaba la palabra porque los datos publicados desde el Observatorio de Seguridad Ciudadana y en el popular Latinobarómetro® explicaban que los niveles de delincuencia estaban bajando, pero no la percepción al respecto.

Hoy enseñamos con tanto orgullo como la “percepción de la corrupción ha bajado” pero se trata de lo mismo, algo subjetivo que además que es obviamente aquello que podemos creer pero no necesariamente demostrar como cierto. ¿Qué es la percepción? Se trata del proceso mediante el cual las personas organizamos, interpretamos y le damos sentido a la información que recibimos del entorno que nos rodea. Además, involucra procesos cognitivos más complejos, como la atención, la memoria, la inferencia y el juicio.

Nuestra percepción no es homogénea, porque cada cual puede interpretar las informaciones desde diferentes perspectivas y estar influenciado por una variedad de factores, como las experiencias previas, las expectativas, las emociones y los contextos culturales. Por ende, dos personas pueden percibir la misma situación de manera diferente, lo que refleja la naturaleza subjetiva de la percepción.

Sabiendo que la percepción es subjetiva y que aquello que un día creímos correcto, luego vamos descubriendo que tenía matices que en su momento no estudiamos o pasaron desapercibidos, o sencillamente, por qué no decirlo: fuimos engañados o manipulados por una narrativa a conveniencia que nos pareció lógica; es ahí donde llega la post-verdad ¿Y qué mejor época que la actual para que la post-verdad se explaye en su máximo esplendor? Donde hoy tenemos diversas plataformas y millones de usuarios interactuando simultáneamente, con mucha prisa para reaccionar respecto a cualquier tema.

Cuando la percepción va en contra del ideario sociopolítico a imponer por los regentes de la cosa pública -donde hay una mayoría en proceso de creer lo contrario a lo que la evidencia fáctica y los hechos consumados descalifican- entonces la narrativa es satanizar LA PALABRA. Por igual, cuando la percepción de un tema es favorable para el gobierno -aunque sea abiertamente demostrable que no corresponde necesariamente a la realidad- LA PALABRA es santificada. Lo importante aquí es destacar cómo se juega con la percepción a un mayor nivel de especialización.

El gusanillo del reconocimiento internacional, es una carnada muy buena, sobre todo para ciudadanos/as de países como el nuestro, etiquetados como “tercermundistas” y que apreciamos cualquier tipo de distinción, lo que ha llevado a quienes nos gobiernan a pagar influencers extranjeros, que de manera “espontánea”, hablan del país, su pujante economía y la popularidad del gobierno. Pero como toda post-verdad, llega cuando el palo ya está dado; ya nos dimos cuenta que la marcha verde ya no llora -ahora factura-, que las antiguas botellas ahora son pensiones de por vida, y así, el mundo gira entre el juego del valor de una palabra según el momento.

Si lo dicen como en la canción de Carlos Vives; “Carito, me habló en inglés, que bonito se le ve”, o con acento argentino, mejicano o español, pues vendría con la pregunta: ¿Qué ven los de fuera que no estoy viendo yo? La respuesta es simple, una transferencia bancaria, pero ya eso pertenecería a otro artículo.